Al compás de la percepción cada vez más fuerte de que el kirchnerismo perderá las elecciones -e incluso de que podría salir tercero-, de una Corte Suprema que no se amilana a la hora de tomar decisiones que afectan al oficialismo y de la multiplicación de decisiones desde tribunales inferiores que perjudican a Cristina Kirchner, la vicepresidenta y varios de sus conspicuos simpatizantes están atizando la conflictividad política al punto de amenazar la institucionalidad del país.
El Papa Francisco apunta a la vicepresidenta. (Foto: AP Foto/Andrew Medichini)
En la última semana, la exmandataria volvió a embestir contra la Corte, esta vez por haber hecho lugar a sendas cautelares y suspendido las elecciones en Tucumán y San Juan debido a las reiteradas candidaturas de sus gobernadores, impedidas por sus constituciones. Mientras que Alberto Fernández, por cadena nacional, calificó al máximo tribunal de “antidemocrático” y de “adecuar sus decisiones a las necesidades políticas de la oposición”.
En un plano inferior, Juan Grabois dijo que, en caso de que el Frente de Todos pierda las elecciones, “la vamos a pelear y en un año y medio (las nuevas autoridades) se van en helicóptero”. A su vez, el intendente de Ensenada, Mario Secco, advirtió que, si los jueces de la Corte proscriben a Cristina como ocurrió en Brasil con Lula, “van a tener una reacción popular que no se la van a poder bancar; vuelan todos en pedacitos”.
Hasta dónde llegará el kirchnerismo con sus presiones y amenazas en vez de centrarse en los graves problemas que tiene el país es algo que no está claro. Pero empiezan a haber señales de que el Papa Francisco está preocupado por el cariz que están tomando las cosas. Señales que comenzaron en enero cuando manifestó su preocupación por la elevada inflación y la extendida pobreza que completó hace un mes al señalar su impacto en la niñez.
Sin embargo, lo más significativo se produjo en la última semana cuando La Civiltá Cattolica, la prestigiosa revista de los jesuitas, publicó una conversación suya con sacerdotes de esa congregación en Hungría en la que les dijo que el gobierno que encabezaba Cristina Kirchner presionó a los jueces para que lo condenaran por delitos de lesa humanidad ocurridos durante la última dictadura en el marco de la causa ESMA.
En aquel entonces, el periodista Horacio Verbitsky publicaba en Página 12 artículos en los que Jorge Bergoglio -cuando era superior de los jesuitas en la Argentina- aparecía “entregando” a los militares a dos sacerdotes de su congregación que se desempeñaban en una villa porteña y que estuvieron secuestrados varios meses, torturados y finalmente liberados tras las intensas gestiones ante la junta militar del hoy Papa.
Lo cierto es que Bergoglio terminó declarando en 2010 ante un tribunal en calidad de testigo, pero con el riesgo de ser imputado si su versión suscitaba dudas. En la charla con los jesuitas en Hungría, Francisco dijo que uno de los tres jueces “vino (al Vaticano) y me dijo claramente que habían recibido indicaciones del Gobierno para condenarme”. Y completó: “Algunos en el gobierno quisieron cortarme la cabeza”.
Siempre se supo en la Iglesia que detrás de los artículos de Verbitsky estaban Néstor y Cristina Kirchner, que consideraban a Bergoglio como “el jefe espiritual de la oposición” y que, cuanto menos, lo querían complicar judicialmente, por no decir que les hubiera encantado verlo preso. Pero otra cosa es que el propio pontífice diga que el gobierno de aquel entonces presionó a los magistrados.
Ahora bien: ¿Por qué ahora el Papa hace esta revelación? Una de las interpretaciones que más se escucha en los ambientes políticos es que Francisco supuestamente quiere “despegarse” de un kirchnerismo decadente y en retirada y reconciliarse con el sector de la sociedad argentina que le achaca simpatías con el peronismo y así crear un mejor clima para una eventual visita al país.
Esa hipótesis parte de la base de una presunta simpatía del líder católico con el kirchnerismo en detrimento del macrismo, que efectivamente está en el imaginario de no pocos argentinos. No importa si eso es real o falso. Mucha gente lo cree. No sólo lo cree, sino que está enojada con él. ¿Estará ahora menos enojada? Parece difícil en el contexto de una grieta que se sigue profundizando.
Si se trata de una toma de distancia, habría que decir que también lo es respecto de Grabois, que se declara un fanático cristinista. ¿Qué pensará él de la revelación de su admirado Papa? ¿Sabe que con sus tremendistas declaraciones lo daña? Algo es seguro: ningún pontífice se involucraría en este tipo de episodios. Pero sería oportuna una toma de distancia de la Iglesia argentina.
En ella muchos vinculan la revelación de Francisco con la reciente publicación de dos -de un total de tres- tomos de una investigación independiente dispuesta por la Conferencia Episcopal de la actuación de la Iglesia durante la violencia política de los ‘70 y la represión ilegal de la dictadura basada en el acceso a los archivos eclesiásticos locales y del Vaticano.
Allí hay un tramo que se ocupa, precisamente, del papel de Bergoglio en el caso de los dos jesuitas secuestrados. De hecho, el propio Francisco sugiere remitirse a esa investigación que deja en claro que les advirtió que corrían riesgo, que no los “entregó” y que se ocupó de que fueran liberados en el contexto de aquella época.
Pero no faltan quienes creen que con su revelación el Papa le está diciendo a Cristina que él no será indiferente si ella quiere profundizar la conflictividad. Y no lo será por las mismas razones por las que la apuntaló como presidenta: la preservación de la institucionalidad y la paz social.
Por Sergio Rubin
Fuente: TN