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lunes 2 de diciembre de 2024
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Un deseo, un hogar: La experiencia de la adopción monoparental en Argentina

A pesar de los desafíos emocionales y burocráticos, con la debida preparación psicológica y el respaldo de una red de familiares y amigos, la «adopción en solitario» es un proceso viable y sumamente gratificante.

Un deseo, un hogar: La experiencia de la adopción monoparental en Argentina
Un deseo, un hogar: La experiencia de la adopción monoparental en Argentina

La adopción monoparental es el proceso mediante el cual una persona soltera decide acoger a un niño, asumiendo la responsabilidad legal de ser su único tutor. Lo que juega un papel crucial en las políticas públicas de la niñez y la familia en el país, ya que busca proporcionar a los menores un entorno familiar, estable y amoroso. “No se establecen requisitos específicos para el proceso de inscripción”, remarca Guillermo Sidoli, psicólogo especialista en políticas públicas de la Niñez, Adolescencia y Familia y docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA). “Puede registrarse tanto una persona soltera como una pareja heterosexual o una pareja homosexual. Lo fundamental es mantener presente el propósito esencial de la adopción: brindarle a un niño la oportunidad de tener una familia”, prosigue.

Las razones detrás de la elección son diversas y personales. Algunos individuos pueden no haber encontrado una pareja con la que compartir la crianza, mientras que otros pueden haber decidido seguir este camino por elección personal. Como lo es el caso de Paula Resnik, madre adoptante soltera hace cinco años e impulsora de la campaña #AdoptenNiñesGrandes: “Lo que me motivó fue la idea de darle una familia a un chico que no la tuviera, y por qué no podía ser la nuestra que era una familia hermosa y que tenía lugar para un adolescente más”. Y había algo que tenía muy claro: “Para cumplir mi deseo no hacía falta estar en pareja”.

En el año 2018, en un momento de su vida en el que estaba soltera y ya tenía dos hijos biológicos mayores, Paula vio la película «Joel» de Carlos Sorin, sin saber que esta obra marcaría un nuevo rumbo en su vida. El filme le ofreció una ventana a la historia de los adolescentes que aguardaban en la espera, anhelando encontrar una familia y un lugar al que llamar hogar. “Quedé impactada con el relato de los jóvenes y me puse a investigar sobre su realidad, sus circunstancias, dónde estaban, qué pasaba con ellos y cuál era su destino cuando alcanzaban la mayoría de edad. Fue durante ese proceso que me enteré que adoptarlos era un trámite sencillo, que no era tan complicado como se podría pensar”, comparte.

Una experiencia similar ocurrió en la vida de Lorena Zarzosa, quien adoptó a su hijo hace aproximadamente cuatro años y también es miembro del grupo de madres adoptantes #AdoptenNiñesGrandes: “El creer que podía darle una familia a un niño/a que lo necesitara, una creencia un poco inconsciente porque la verdad es que en ese momento no tenía idea lo que era ser madre”. Y agrega: “Comencé a pensar en la maternidad unos años antes de cumplir 40 años. Mi carrera profesional iba muy bien, había cumplido muchos proyectos y sueños laborales y personales, pero sentía que me faltaba algo”. No obstante, sabía que no deseaba someterse a tratamientos de fertilidad para concebir un hijo biológico: “A los 19 años tuve cáncer y el tener que ‘poner el cuerpo’ en procedimientos de fertilidad no era opción para mí. Además, siempre me atrajo el lado social de la adopción”.

Construir una familia, sola

La vida de aquellos que deciden adoptar a un hijo o hija experimenta transformaciones desde el momento en que dan la bienvenida a su nuevo miembro de la familia. La llegada del menor abre un capítulo repleto de aprendizajes, amor incondicional y desafíos que, en muchos casos, son distintos de los experimentados en una maternidad o paternidad biológica. La dinámica familiar se modifica, los lazos se fortalecen, y la cotidianidad se enriquece con una nueva perspectiva. “No es lo mismo una maternidad biológica que una maternidad por adopción. No son los mismos desafíos, ni es la misma manera de poner límites, ni enfrentar las cosas que les pueden pasar a ellos”, explica Paula.

Resnik conoció a su hija cuando estaba cerca de cumplir 15 años. “A esa edad, enfrentar la transición a una familia desconocida, mudarse a una ciudad nueva, asistir a una escuela diferente con compañeros que no conoce, adaptarse a normas y formas de vida completamente nuevas y experimentar la dinámica de una familia distinta, fue difícil”. Para los padres con hijos biológicos, la transición a la adolescencia se da en un contexto de relaciones ya establecidas, con una incondicionalidad ya establecida gracias al tiempo compartido. “Si bien hay que desdramatizar la maternidad biológica, en la que uno no es que ama a los hijos por magia, en la adopción es mucho más concreto eso, uno tiene que crear un vínculo de la nada, lidiando con todo lo que implica una vida nueva”, suma.

Tras cinco años de esta experiencia, puede afirmar con confianza que “alcanzaron esa incondicionalidad”. Sin embargo, enfatiza que este sentimiento no surgió de manera automática ni por decreto. Fue una determinación consciente y un compromiso. Antes de conocer a su hija, Paula tuvo temores y preguntas, como «¿La querré? ¿Estoy aprendiendo a quererla? ¿Seré capaz de quererla?». Sin embargo, una vez que iniciaron su vida juntas, ya no había tiempo para cuestionamientos constantes. La relación y el amor se desarrollarían con el tiempo, de manera natural. Ella reconoce que durante las crisis y desafíos, se dio cuenta de cuánto quería a su hija: “Tenía crisis, se quería ir, y a mi me daba una angustia importante. Ahí tomaba conciencia de lo que la estaba queriendo. Es muy difícil y lleva un tiempo largo, pero es gratificante”.

Mi vida cambió radicalmente”, comenta Lorena en esa misma línea, y afirma: “Hoy siento que soy madre y luego todo lo demás”. Conoció a su hijo cuando estaba a punto de cumplir 8 años, lo que para ella representó “una gran ventaja”, ya que siempre pudieron mantener una comunicación abierta. Señala que, seis meses después de comenzar la convivencia, llegó la pandemia. A pesar de todos los desafíos que la acompañaron, la situación contribuyó a fortalecer el vínculo entre madre e hijo. “Hace 4 años que somos familia, mi hijo es muy compañero y nos organizamos muy bien”. No obstante, al inicio del proceso, requirieron la asistencia de varios profesionales y la tarea de conciliar esto con la escuela, actividades deportivas y el trabajo “resultó agotadora”.

Zarzosa menciona que trabajó su decisión con su terapeuta y, aunque no recibió asesoramiento institucional, se le hizo una pregunta en la evaluación que, en su momento no comprendió, pero más tarde valoró: “¿Contás con contención familiar o de amigos?”. Y en ese sentido, aclara: “La adopción requiere de una red familiar, social e institucional, para mí fue fundamental la ayuda que recibí”. El psicólogo Sidoli respalda esta perspectiva, argumentando: «El ser humano, por su naturaleza, depende de un círculo de apoyo«. Según indica el profesional, existe una idea común de que las personas que optan por la adopción uniparental “pueden sentirse sobrecargadas”, pero en realidad, están rodeadas de un círculo de personas que los respaldan en la crianza. “Siempre se necesita apoyo para hacer lo que hacemos”, afirma.

Para Paula, ser madre monoparental tiene un gran beneficio: no necesita llegar a acuerdos con nadie en lo que respecta a la crianza de su hija. Entre risas, dice: “No tengo que ponerme de acuerdo con nadie, si bien me puedo equivocar, siempre puedo hacer lo que yo decida”. Sin embargo, también reconoce el desafío de afrontar todo por sí misma, lo cual puede resultar difícil en ocasiones. Es por esto, que valora “el respaldo de su red de apoyo”, donde puede escuchar opiniones y consejos, aunque al final del día, sus decisiones no necesitan ser negociadas con nadie más. “Mis hijos fueron un gran apoyo en este proceso, ellos tomaron esta hermandad de una manera mágica. Fue una gran lección para ellos, y un gran compromiso que tomaron. Se merecen una mención especial”, destaca.

Tiempo, obstáculos y esperanza

Por lo tanto, podemos afirmar que no existen obstáculos emocionales insuperables en el proceso de adopción monoparental que un padre o madre soltero, preparado psicológicamente, no pueda afrontar con éxito. Pero, ¿ocurre lo mismo en la esfera burocrática?. “No hay ningún impedimento para que una persona quiera adoptar sola., hay otros aspectos que se valoran más allá del estado civil de una persona”, precisa Sidoli, y añade: «El proceso es idéntico al de cualquier persona que quiere adoptar”. Lorena relata que, en términos de pasos y procedimientos legales, “se aplican las mismas normativas” a todos los solicitantes. “Si me pasó de encontrarme actores dentro del sistema judicial que, por ejemplo, en las evaluaciones me sugirieron intentar con la maternidad biológica antes que con la adopción”, cuenta.

Lamentablemente, un aspecto persistente de preocupación en el ámbito de las adopciones es la prolongada duración de los procedimientos administrativo-judiciales y el desánimo que esto provoca en todas las partes involucradas. Paula comparte que, el único problema que tuvieron que enfrentar “fue la demora del Juzgado en resolver el caso”, situación que tuvo un impacto simbólico en su hija. Durante este tiempo, se presentaron momentos de crisis en los que la niña expresó el deseo de abandonar el proceso. “Le recordaba que los hijos no se devuelven y que ella ya era mi hija, independientemente de la documentación, y que siempre estaría allí para acompañarla y asegurarle de que todo estuviera bien”, expone. Reconoce que la Ley de Adopción en Argentina es sólida, que el problema radica en que “hay tribunales donde no cumplen con los tiempos que se deben respetar”.

Con el objetivo de abordar esta dificultad, la Secretaría Nacional de Niñez Adolescencia y Familia (SENAF) reconoce la necesidad de mejorar la coordinación entre los organismos de protección de derechos y los poderes judiciales para agilizar los proyectos de adopción. A pesar de que “las normativas establecen un papel activo para los organismos de niñez y plazos claros para emitir resoluciones”, en algunos ámbitos judiciales, “esto no se está cumpliendo”, según confirma Gabriel Lerner, Secretario Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación.

Sin embargo, surge un punto crítico que marca la diferencia en el complejo proceso de adopción y que, en gran medida, trasciende las estructuras institucionales y recae completamente en la responsabilidad de los adultos que buscan la paternidad o la maternidad: la esencia de la adopción es proporcionar un hogar y una familia a un niño que carece de ellos, en lugar de satisfacer el deseo de quienes no pueden tener hijos biológicos. La brecha entre el número de candidatos a adoptar y la cantidad de niños que esperan una familia es evidente y preocupante. Los niños que aguardan ser adoptados suelen tener entre 5 y 8 años, e incluso más, mientras que la mayoría de los postulantes establecen límites de edad de hasta 3 años. “Habría que preguntarse hasta dónde uno está pretendiendo una adopción, más bien, fantasiada”, exclama Sidoli.

“Es importante hacer campañas de concientización para que la sociedad pierda el prejuicio respecto a que la adopción es un reemplazo de la paternidad o maternidad biológica”, explica el psicólogo. Es necesario ajustar las expectativas y comprender que se trata de brindar un hogar y una familia a un niño necesitado, en lugar de cumplir el deseo de convertirse en padres. Este cambio de mentalidad es esencial para establecer relaciones sólidas y duraderas en el proceso de adopción, lo que en última instancia puede marcar la diferencia entre un vínculo exitoso y uno fallido en la construcción de una familia.

Antonella LopreatoPor: Antonella Lopreato

Fuente: filo.news

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